“Y conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento” -Efesios 3:19.
Si sólo pudiera hacer que los hombres entendieran el significado real
de las palabras del apóstol Juan: “DIOS ES AMOR”, (1 Juan 4:8) tomaría
ese solo texto, e iría por todo el mundo proclamando esta gloriosa
verdad. Si puede convencer a un hombre que usted lo ama, tiene ganado su
corazón. Si podemos hacer creer realmente a las personas que Dios las
ama, ¡cómo las encontraríamos llenando el reino de los cielos! El
problema es que los hombres piensan que Dios los odia; y entonces todo
el tiempo huyen de Él.
Un texto ardiente
Hace algunos años construimos una iglesia en Chicago; y estábamos muy
ansiosos de enseñar a la gente del amor de Dios. Pensamos que si no
podíamos predicarlo a sus corazones debíamos intentar encenderlo dentro
de éste; entonces pusimos justo encima del púlpito en letras encendidas
con una llama a gas estas palabras: DIOS ES AMOR. Un hombre que una
noche iba por las calles atisbó por la puerta y vio el texto. Él era un
pobre pródigo. Cuando continuó su camino él pensó, “‘¡Dios es Amor!’
¡No! Él no me ama; porque yo soy un pobre miserable pecador.” Procuró
olvidarse del texto; pero éste parecía permanecer delante suyo en letras
de fuego. Él siguió un poco más; entonces se dio vuelta, retrocedió y
entró a la reunión, no oyó el sermón; pero las palabras de ese breve
texto se habían aposentado profundamente en su corazón, y eso fue
suficiente.
Es de poca importancia lo que los hombres dicen a menos que
la Palabra de Dios tenga entrada en el corazón de un pecador. Él
permaneció después de que la primera reunión hubo acabado, y allí lo
encontré llorando como un niño. Cuando le expuse las Escrituras y le
dije como Dios le había amado todo el tiempo, aunque había estado muy
extraviado, y cómo Dios estaba esperando para recibirle y perdonarle, la
luz del Evangelio estalló en su mente, y se fue gozoso.
No hay en este mundo nada que los hombres valoren más que el Amor.
Preséntenme una persona de la que nadie se interesa o a la que nadie
ama, y les mostraré uno de los más miserables seres sobre la faz de la
tierra. ¿Por qué la gente comete suicidio? Muy frecuentemente es porque
este pensamiento les ronda -que nadie les ama; y que preferirían morir
antes que vivir.
No conozco de verdad en toda la Biblia que debería alcanzarnos con tanto
poder y ternura como la del Amor de Dios; y no hay verdad en la Biblia
que a Satán más le gustaría borrar. Por más de seis mil años ha estado
tratando de persuadir a los hombres que Dios no los ama. Él logró hacer
creer esto a nuestros primeros padres; y muy frecuentemente lo logra con
sus hijos.
Las dimensiones del amor de Dios
En Efesios 3:18, se nos habla de “la anchura y la longura y la
profundidad y la altura”, del amor de Dios. Muchos creemos que conocemos
algo del amor de Dios; pero por siglos reconoceremos que nunca hemos
descubierto demasiado de éste. Colón descubrió América: ¿pero qué
conoció de sus grandes lagos, ríos, bosques, y el valle del Misisipi? Él
murió, sin conocer mucho acerca de lo que había descubierto.
Cuando queremos conocer del amor de Dios debemos ir al Calvario.
¿Podemos mirar esa escena, y decir que Dios no nos amó? Esa cruz habla
del amor de Dios. Nunca ha sido manifestado más grande amor que aquel
mostrado en la cruz. ¿Qué impulsó a Dios a dar a Cristo? ¿qué impulsó a
Cristo a morir -si no fue el amor?
“Nadie tiene mayor amor que este, que ponga alguno su vida por sus amigos” (Juan 15:13).
Cristo puso su vida por sus enemigos; Cristo puso su vida por sus
asesinos; Cristo puso su vida por los que le odiaban; y el espíritu de
la cruz, el espíritu del Calvario, es el amor. Cuando se burlaban y se
mofaban de Él, ¿qué dijo?
“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34).
Eso es amor. Él no hizo bajar fuego del cielo para consumirlos; sólo había amor en su corazón.
El amor de Dios no cambia
Si estudia la Biblia descubrirá que el amor de Dios no cambia. Muchos
que le amaron a usted en otro tiempo quizás se hayan enfriado en su
afecto, y se hayan apartado: puede ser que su amor haya cambiado en
odio. No es así con Dios. Está escrito de Jesucristo, justo cuando iba a
ser separado de sus discípulos y llevado al Calvario, que:
“como había amado a los suyos que estaban en el mundo, amólos hasta el fin” (Juan 13:1).
Él sabía que uno de sus discípulos le traicionaría; sin embargo Él amó a
Judas. Él sabía que otro discípulo le negaría, y que juraría que nunca
lo conoció; y sin embargo Él amó a Pedro. Era el amor que Cristo tenía
por Pedro lo que quebrantó su corazón, y lo que le llevó dolorido a los
pies de su Señor. Por tres años Jesús había estado con los discípulos
tratando de enseñarles su amor, no sólo por su vida y sus palabras, sino
también por sus obras. Y, la noche de su traición, Él toma una vasija
de agua, ceñido con una toalla, y tomando el lugar de un sirviente, lava
sus pies: Él quería convencerlos de su amor inalterable.
No hay porción de la Escritura que yo lea tan frecuentemente como Juan
14; y no hay otra que sea más dulce para mí. Nunca me canso de leerla.
Escuche lo que nuestro Señor dice, cuando derrama su corazón por sus
discípulos:
“En aquel día vosotros conoceréis que yo estoy en mi Padre, y
vosotros en mí, y yo en vosotros. El que tiene mis mandamientos, y los
guarda, aquél es el que me ama; y el que me ama, será amado de mi Padre”
(14:20, 21).
Piense del gran Dios que creó el cielo y la tierra amándonos a usted y a mí…
“El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos con él morada” (14:23).
Quiera Dios que nuestras pequeñas mentes puedan entender esta gran
verdad, de que el Padre y el Hijo nos amaron tanto que ellos desean
venir y morar con nosotros. No para permanecer por una noche, sino para
venir y morar en nuestros corazones. Tenemos otro pasaje todavía más
sorprendente en Juan 17:23.
“Yo en ellos, y tú en mí, para que sean consumadamente una cosa; que el
mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado, como también a mí
me has amado.”
Creo que esta es una de las expresiones más notables que alguna vez
salieron de los labios de Jesucristo.
No había razón por la cual el
Padre no lo amaría. Él fue obediente hasta la muerte; Él nunca
transgredió la ley del Padre, ni se desvió del camino de perfecta
obediencia ni una pizca. Es muy diferente con nosotros, y sin embargo, a
pesar de toda nuestra rebelión y necedad, Él dice que si confiamos en
Cristo, el Padre nos ama como ama al Hijo. ¡Maravilloso amor! ¡Grandioso
amor! Que Dios pueda amarnos como ama a su propio Hijo parece demasiado
bueno para ser verdad. Sin embargo esa es la enseñanza de Jesucristo.
Es difícil hacer que un pecador crea en este inalterable amor de Dios.
Cuando un hombre se ha vagado lejos de Dios, piensa que Dios lo
aborrece. Debemos hacer una distinción entre el pecado y el pecador.
Dios ama al pecador; pero aborrece al pecado. Él aborrece el pecado
porque éste arruina la vida del hombre. Es justamente porque Dios ama al
pecador que aborrece al pecado.
El amor de Dios es infalible
El amor de Dios no sólo es inalterable, sino también infalible. En Isaías 49:15,16 leemos
“¿Olvidaráse la mujer de lo que parió, para dejar de compadecerse del
hijo de su vientre? Aunque se olviden ellas, yo no me olvidaré de ti.
He aquí que en las palmas te tengo esculpida: delante de mí están
siempre tus muros.”
El amor humano más fuerte que conocemos es el amor de una madre.
Muchas cosas separarán a un hombre de su esposa. Un padre puede dar la
espalda a su hijo; hermanos y hermanas pueden llegar a ser tenaces
enemigos; los maridos pueden abandonar sus esposas; las esposas a sus
maridos. Pero el amor de una madre soporta todo. En buena fama, con mala
fama, a pesar de la condenación del mundo, una madre ama, y espera que
su hijo pueda regresar de sus malos caminos y arrepentirse. Ella
recuerda las sonrisas infantiles, la alegre risa de la niñez, la promesa
del joven. La muerte no puede extinguir el amor de una madre; éste es
más fuerte que la muerte.
Usted ha visto una madre cuidando a su niño enfermo. ¡Cuán gustosamente
ella llevaría la enfermedad en su propio cuerpo si pudiera así aliviar a
su niño! Semana tras semana ella se mantendrá cuidándolo; ella no
dejará que nadie más cuide a ese niño enfermo.
“Este es mi muchacho; lo amo a pesar de todo”
Un amigo mío, algún tiempo atrás, estaba de visita en un bello hogar
donde se encontró con varios amigos. Después de que todos se fueron,
habiéndose olvidado algo, regresó para recobrarlo. Allí encontró a la
dueña de a casa, una dama adinerada, sentada detrás de un pobre prójimo
que lucía como un vagabundo.
Él era su propio hijo. Como el pródigo, él
se había extraviado mucho, sin embargo la madre dijo:
“Este es mi muchacho; lo amo a pesar de todo.”
Tome una madre con nueve o diez hijos: si uno se aparta por malos
caminos, ella parece amar a ése más que a cualquiera de los otros.
Se cuenta la historia de una joven mujer en Escocia, que dejó su hogar, y
se convirtió en una paria en Glasgow. Su madre la buscó por todas
partes, pero en vano. Finalmente, hizo que se colgara su retrato en las
paredes de las salas de las Midnight Mission, adonde recurrían mujeres
abandonadas. Muchas dieron al retrato un vistazo de pasada. Una
permaneció mucho tiempo ante aquél. Este es el mismo rostro querido que
le miraba cuando niña. Ella no había olvidado ni desechado a su pecadora
hija; o su retrato nunca habría sido colgado sobre aquellas paredes.
Los labios parecían abrirse y susurrar:
“Vuelve a casa: te perdono, te amo a pesar de todo”.
La pobre muchacha quedó abrumada con sentimientos. Ella era la hija
pródiga. Ver el rostro de su madre le había quebrado el corazón. Ella se
dolió verdaderamente por sus pecados, y con un corazón lleno de congoja
y vergüenza, regresó a su abandonado hogar; y madre e hija fueron
unidas una vez más.
El amor de Dios sobrepasa al amor de una madre
Pero permítame decirle que el amor de una madre no puede ser comparado
con el amor de Dios; ni puede medir la altura o la profundidad del amor
de Dios. Ninguna madre en este mundo amó a su hijo como Dios nos ama a
usted y a mí. Piense del amor que Dios debió haber tenido cuando dio a
su Hijo para morir por el mundo. Yo acostumbraba pensar mucho más de
Cristo que del Padre. De un modo u otro tenía la idea de que Dios era un
juez duro; por lo que Cristo vino entre Dios y yo, y aplacó la ira de
Dios. Pero después fui padre, y durante años tuve un solo hijo, mirando a
mi muchacho pensaba del Padre dando a su Hijo para morir; y me parecía
que se requería más amor por parte del Padre al dar a su Hijo, que por
parte del Hijo al morir. ¡Oh, el amor que Dios debe haber tenido por el
mundo cuando dio a su Hijo para morir por éste!
“De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito,
para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”
(Juan 3:16).
Nunca he sido capaz de predicar de ese texto. Muchas veces pensé que
lo haría: pero es tan elevado que nunca pude ascender hasta su cúspide;
solamente lo citaba y continuaba. ¿Quién puede sondear la profundidad de
aquellas palabras: “De tal manera amó Dios al mundo”? Nunca podemos
escalar las alturas de su amor o sondear sus profundidades. Pablo oraba
para poder conocer la altura, la profundidad, la longura, y la anchura,
del amor de Dios; pero éste iba más allá de su hallazgo. Éste “excede a
todo conocimiento” (Efesios 3:19).
La cruz de Cristo habla del Amor de Dios
Nada nos habla del amor de Dios, como la cruz de Cristo. Venga
conmigo al Calvario, y mire al Hijo de Dios cuando cuelga allí. ¿Puede
oír ese taladrante clamor de sus agonizantes labios: “Padre, perdónalos,
porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34) y decir que él no lo ama?
“Nadie tiene mayor amor que este, que ponga alguno su vida por sus amigos” (Juan 15:13).
Pero, Jesucristo puso su vida por sus enemigos.
Otro pensamiento es éste: Él nos amó mucho antes de que siquiera
pensáramos en Él. La idea de que Él no nos ama si primeramente no le
amamos nosotros, no se puede encontrar en la Escritura. En 1 Juan 4:10
está escrito:
“En esto consiste el amor: no que nosotros hayamos amado a Dios, sino
que él nos amó a nosotros, y ha enviado a su Hijo en propiciación por
nuestros pecados.”
Él nos amó antes de que nosotros siquiera pensáramos en amarle. Usted
amó a sus hijos antes de que ellos conocieran acerca de su amor. Y así,
mucho antes de que siquiera pensáramos en Dios, nosotros estábamos en
sus pensamientos.
¿Qué trajo al pródigo al hogar? Fue el pensamiento de que su padre lo
amaba. Suponga que le hubiesen llegado noticias de que había sido
despreciado, y que su padre no se interesaba más de él, ¿hubiera
regresado? ¡Jamás! Pero le surgió el pensamiento de que su padre le
amaba a pesar de todo: entonces se levantó, y regresó a su hogar.
Querido lector, el amor del Padre debe volvernos a Él. La calamidad y el
pecado de Adán fueron los que revelaron el amor de Dios. Cuando Adán
cayó Dios vino y le trató en misericordia. Si alguno se pierde no será
porque Dios no lo ama: será porque ha resistido el amor de Dios.
El Camino hacia Dios. D.L. Moody
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